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Revista electrónica 24 de Marzo del 2015 Vol. 5 |
Alternate narratives of Mexican policy. The case of Elmer Mendoza’s A lonely murderer
Brenda Morales Muñoz
Universidad Nacional Autónoma de México
morales.m.brenda@gmail.com
En 1994 tuvo lugar un episodio clave en la historia de México: el asesinato del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio. Este crimen impactó de manera notable en el imaginario social y en la literatura mexicana. En el presente trabajo se analizará una de las obras fundamentales que abordan este tema, la novela Un asesino solitario de Élmer Mendoza, cuya trama gira en torno a un fallido intento previo de lograr el magnicidio, narrado desde el punto de vista de un asesino a sueldo. La novela pone en evidencia la conexión indisociable entre la realidad social y su construcción ficcional cuando se presenta un evento de esta trascendencia. |
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In 1994 a key episode to the history of Mexico took place: the assassination of Institutional Revolutionary Party’s presidential candidate, Luis Donaldo Colosio. This crime had a notable impact on the social imaginary and in Mexican literature. In this essay, we will analyze one of the fundamental works that address the topic, the novel A lonely murderer by Élmer Mendoza, whose story refers a failed previous attempt to achieve the murder, told from the point of view of a paid killer. The novel makes evident the indisociable connection between social reality and its fictional construction when an event of this trascendence is presented. |
Palabras clave: magnicidio, poder, Élmer Mendoza, literatura mexicana, política y literatura |
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Key words: assassination, power, Elmer Mendoza, Mexican literature, politics and literature |
Une société s'élève de la brutalité jusqu'à l'ordre. Comme la barbarie est l'ère du fait, il est donc nécessaire que l'ère de l'ordre soit l'empire des fictions, —car il n'y a point de puissance capable de fonder l'ordre sur la seule contrainte des corps par les corps. Il y faut des forces fictives.
Paul Valéry
I
1994 fue un año clave para la historia de México. Varios eventos afectaron la vida económica, política y social del país: la implementación de Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas y los homicidios de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.[1]
El candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Luis Donaldo Colosio Murrieta, fue asesinado el 23 de marzo de 1994 en Lomas Taurinas, una colonia popular de Tijuana —ciudad fronteriza— al terminar un acto de su campaña. A las 5 de la tarde fue impactado con dos balas, una en el cráneo y otra en el abdomen. Fue declarado muerto 5 horas más tarde. El asesino material fue detenido inmediatamente, se trataba de Mario Aburto Martínez, un obrero de veintitrés años.
A pesar de lo inverosímil que resultaba, y después de varias investigaciones y cuatro fiscales en el cargo, se determinó que Aburto había actuado solo y que era el único responsable. El homicidio nunca logró ser esclarecido y, aunque el sospechoso fue capturado e imputado por el crimen, jamás se supo nada de los móviles o del autor intelectual. Para la justicia oficial, Aburto fue “un asesino solitario” y no se aceptó nunca la existencia de otros involucrados.
Los resultados de las pesquisas no convencieron a nadie, muchas dudas quedaban en el aire: ¿a quién le hacía daño Colosio? ¿Quién obtenía ganancias con su muerte? ¿Dónde estaban sus escoltas en el momento del asesinato? ¿Quién le ordenó a Aburto el asesinato? ¿El Aburto en prisión era el mismo que habían capturado? ¿Por qué habían aparecido varios dobles de Aburto muertos en Tijuana?[2]
Todo México se hacía estas preguntas. Personajes de todos los sectores opinaban, como fue el caso del escritor Salvador Elizondo, quien, como muchos otros intelectuales, reflexionaban sobre los alcances de este asesinato: “Es una cosa trágica y espantosa, de enormes magnitudes. Naturalmente va a afectar a la vida general del país. No puedo decir más porque no soy político” (Elizondo citado en Naranjo).
El impacto de este crimen fue inmenso, desencadenó una crisis política y desestabilizó el régimen que había permanecido casi intacto por más de sesenta años, se ventilaron defectos, diferencias y conflictos, lo que provocó que se alterara la paz social, base que le servía al PRI para legitimar su permanencia en el poder.
Así, en 1994 se desenmascararon problemas que el país venía arrastrando desde hace años y que colapsaron de manera irremediable, poniendo en evidencia que México no estaba llevando a cabo un proyecto de nación democrática y libre; por el contrario, se manifestó como clientelista, elitista, racista, corrupta y autoritaria.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que: “de entre los sucesos que sorprendieron a México en 1994, ninguno tuvo el poder simbólico y amenazante del homicidio de Luis Donaldo Colosio. Su muerte fue una verdadera catástrofe [...] los disparos que segaron la vida del candidato continuaron —y continúan— siendo inexplicables y, por ello mismo, aterradores” (Volpi, La segunda 45 ).
II
El magnicidio se define comúnmente como la muerte violentada dada a una persona importante por su cargo o poder. Infelizmente, a lo largo de la historia, ha sido una estrategia a la que se ha recurrido de manera frecuente cuando el debate o la conciliación quedan superados. Es el último —y más violento— recurso para lograr una meta política. Los magnicidas suelen tener motivos ideológicos y deseos de provocar una crisis al eliminar a un adversario que les estorba en sus planes.
Entre los magnicidios más conocidos que provocaron grandes consecuencias e incluso cambiaron el rumbo de algunos países están el de Julio César, el del archiduque Francisco Fernando de Austria, el de Abraham Lincoln, y, en el siglo XX, los casos de John F. Kennedy, Mahatma Gandhi o León Trotski, por mencionar sólo algunos ejemplos.
En América Latina, el asesinato de Luis Donaldo Colosio tiene puntos de comparación con el del colombiano Luis Carlos Galán, candidato presidencial por el Partido Liberal, que fue ultimado el 18 de agosto de 1989 durante un mitin en el municipio de Soacha, justo cuando su popularidad se encontraba en el punto más alto y cuando las encuestas lo daban por amplio favorito para ganar las elecciones.
Nunca se sabrá qué habría pasado si todos estos personajes no hubieran sido víctimas de asesinatos, porque fue la muerte la que les otorgó cierto grado de mitificación y la que hizo que sus acciones y legado ganaran enormes proporciones.
La muerte se convirtió para ellos en la catapulta hacia la trascendencia, los convirtió en figuras idealizadas e impidió que se borraran sus recuerdos del imaginario social; sucedió lo que apunta Jorge Volpi en su novela La paz de los sepulcros:
A veces la muerte inmortaliza, a veces la muerte vuelve célebre a quien la ha sufrido, rescata al yacente de la futilidad que lo rodea y le otorga una fama que jamás alcanzó mientras vivía [...] A veces la muerte no conduce al olvido, sino a la sustitución: a partir de ese instante el muerto halla una nueva existencia en los ojos de quienes lo han visto. (11)
Es evidente que la muerte ha estado íntimamente ligada al poder, el cual es uno de los temas más recurrentes en la literatura latinoamericana. En ella existe una larga tradición sobre esta temática, particularmente sobre la representación de las figuras que ejercen un poder opresivo. Por sus filas han pasado caudillos, caciques, generales, dictadores, policías, asesinos, torturadores y multinacionales que dejan ver distintas caras negativas del poder político, lo que muestra un interés constante por conocer sus intrincados mecanismos.[3] Aunque el tema no es privativo de América Latina su presencia aquí es mayor; Karl Kohut incluso afirma que: “tal vez en ninguna región del mundo, en ninguna época, poder político y literatura hayan estado tan estrechamente interrelacionados como en la América Latina del siglo XX” (Kohut 62).
En México una de las tendencias más fuertes de la narrativa del siglo XX es la vinculación con la realidad histórica nacional; sobresalen obras que abordan, desde la ficción, cambios socio-políticos o hechos históricos que marcaron profundamente al país, como es el caso de las novelas sobre la Revolución mexicana, las novelas sobre el movimiento estudiantil de 1968 y, en este mismo sentido, las que abordan el asesinato de Colosio, como Un asesino solitario.
Es claro que todo libro posee ciertas dimensiones sociales evidentes, pero hay algunos en donde los elementos externos son decisivos para entenderlos, son los que Antonio Cândido llama traslúcidos por su relación con la realidad. Con obras de ficción como ésta, es posible afirmar que el discurso literario no está por encima de sus circunstancias y no es libre de las influencias de su tiempo y tampoco puede prescindir de él. Esta novela no se reduce al contexto, pero me parece que gana sentido si se le estudia desde la relación con el mundo social en el que está inserto, sin dejar de lado sus méritos en cuanto a diseño de personajes, construcción de la trama, tensión narrativa o el ritmo del discurso.
Considero que en su novela, Mendoza ficcionaliza algunos aspectos de la realidad política mexicana, por lo que se puede analizar de acuerdo a la propuesta del crítico brasileño, quien sugiere ver los aspectos sociales como elementos que desempeñan un papel en la constitución de la estructura de la obra, es decir, no considerarlos como algo externo, sino como algo que está dentro para procurar:
Determinar si proporcionan apenas materia (ambiente, costumbres, trazos grupales, ideas), que sirven de vehículo para conducir la corriente creadora: o si además de eso, son elementos que actúan en la constitución de lo que hay de esencial en la obra en cuanto obra de arte, si son determinantes del valor estético. (Cândido 27)
Lo que debe tenerse en cuenta para Cândido entonces son aquellas condiciones sociales que es preciso identificar a fin de penetrar en el significado de la obra literaria. Señala que, en un análisis de crítica literaria, se toma en cuenta el elemento social no exteriormente como referencia que permita identificar en el libro la expresión de una cierta época o de una sociedad determinada, ni como encuadramiento que permita situarlo históricamente, sino como factor de la propia construcción artística, estudiado en el nivel explicativo y no sólo ilustrativo. Un asesino solitario pone en evidencia la conexión indisociable entre la realidad social y su construcción ficcional.
Asimismo, me interesa señalar, de acuerdo con Ricardo Piglia, que esta novela responde a la inquietud de conocer la historia entre telones. El escritor y crítico argentino sostiene que existe una tensión constante entre el intelectual y el Estado que se agrava en momentos de crisis. Es justo en estos momentos en los que el Estado construye ficciones para crear consenso y señala como tarea del escritor: “establecer dónde está la verdad, actuar como detective, descubrir el secreto que el Estado manipula y revelar esa verdad que está escamoteada” (Piglia 21).
Piglia sostiene que a la literatura le corresponde hablar sobre aquello que la historia oficial calla y para él descubrir la verdad que el Estado esconde y entierra es el primer signo de la relación entre política y literatura. Dicha relación se da entre dos tipos de narraciones, las estatales que suelen ser sesgadas y cuyo manejo del lenguaje busca neutralizarlo, despolitizarlo y borrar los signos de cualquier discurso crítico y, las literarias, que son relatos alternativos o contra relatos de resistencia y oposición que pueden: “dar los instrumentos y los modos de captar la forma en que se construyen y actúan las narraciones que vienen del poder” (Piglia 22).
En suma, para el argentino la literatura cuestiona el discurso historiográfico oficial y, al no estar sujeta a un proyecto nacional, se presenta como una vía de conocimiento más libre.
Si se diera a conocer la verdad, los poderosos no saldrían bien librados y ante tal posibilidad no queda más remedio que controlarla, manipularla y borrarla a través de la elaboración de relatos estatales —muchas veces inverosímiles y hasta cómicos— que impiden que salgan a la luz pública los relatos alternos, como sucedió con el caso Colosio.
Unos de los relatos alternos más poderosos que dan pistas son los ficcionales, por eso concuerdo con la idea de María del Pilar Paúl Arranz de que: “es a la literatura a la que corresponde, aunque sea de soslayo, llenar los huecos vacíos e iluminar las sombras porque, entre otras cosas, y por paradójico que parezca, puede obtener una credibilidad de la que carecen los aparatos del poder y los medios de comunicación de masas” (Paul).
III
Ya se ha mencionado que el asesinato de Colosio impactó de manera notable en el ambiente político y en la sociedad, pero también lo hizo en el cine[4] y en la literatura mexicana. En las siguientes líneas se analizará una de las obras fundamentales que abordan este tema,[5] Un asesino solitario, de Élmer Mendoza,[6] cuya trama gira en torno a un fallido intento previo de lograr el magnicidio.
No es sorprendente que Mendoza haya optado por este crimen como tema central de su novela pues se trata de un acontecimiento clave para la historia México; fue, como apunta Ignacio Corona, “el crimen político de mayor repercusión desde el asesinato de Álvaro Obregón en la década de los veinte” (Corona 179), pero sobre todo porque fue uno de los factores fundamentales que rompieron las viejas reglas del sistema y debilitaron al régimen priísta, hasta provocar la pérdida de la presidencia en el año 2000.
Con una importante carga de humor, el autor sinaloense ficcionaliza los problemas de un país cuya clase política recurre con facilidad a todo tipo de artificios para mantenerse en el poder.
La novela muestra así la existencia de poderes paralelos, la relación del gobierno con el narcotráfico, la corrupción y la violencia del Estado. Además, sugiere, en cuanto al asesinato de Colosio, que quizá el panorama que presenta sea más cercano a la realidad que aquel que la versión oficial sostiene, según la cual no hubo un complot político, sino que fue el producto de la actividad solitaria de un hombre desequilibrado.
En la novela, el intento de homicidio es el filtro a través del cual se observan las relaciones entre miembros de instituciones del gobierno y sus empleados, la crisis al interior del Estado y el fracaso del modelo nacional ideado por los agentes de la revolución mexicana y por el PRI.
A lo largo de la obra encontramos referencias históricas —sutiles y obvias— tratadas simbólicamente en la representación que Mendoza ofrece del México de la década de los noventa. Las alusiones a sujetos, espacios y hechos reales del momento de producción del texto son claramente reconocibles, creándose una serie de paralelismos entre vida real y ficción.[7]
Me interesa particularmente analizar al narrador de Un asesino solitario porque es su perspectiva la que domina en toda la novela. Estamos frente a un relato que, en palabras de Luz Aurora Pimentel, es autoritario, pues:
Es el narrador quien describe los lugares, objetos y personas del mundo narrado, él quién decide cuándo interrumpir el relato para narrar segmentos temporales anteriores o posteriores al relato en curso, o bien para dar cuenta de otras líneas de la historia; es él quien narra sucesos y actos, quien da cuenta incluso de los pensamientos y discursos de los personajes pero haciéndolos pasar por el filtro de su perspectiva. Él opina, corrige y matiza. (Pimentel 114)
El narrador y protagonista de esta historia, Jorge Macías —alias el Yorch o el Europeo— es un sujeto de clase baja que sobrevive con trabajos informales y temporales, entre ellos, ser un asesino a sueldo de la élite del gobierno.
La obra está estructurada en forma de un largo e ininterrumpido monólogo en el que Macías se dirige a un solo receptor, un individuo de su misma condición social, que le inspira confianza:
¿Sabes que carnal? Durante el año tres meses y diecisiete días que llevamos camellando juntos te he estado wachando wachando y siento que eres un bato acá, buena onda, de los míos, no sé como explicarte, es como una vibra, carnal, una vibra chila que me dice que no eres un chivato y que puedo confiar en ti, a poco no. Pienso que como todos debes tener lo tuyo, tu pasado y eso, pero es una onda que ni me va ni me viene si te he visto no me acuerdo, ya ves lo que se dice de los que trabajamos aquí, en el Drenaje profundo: que somos malandrines, puros batos felones [...] así que carnal, acomódate porque el rollo es largo.[8] (Mendoza 11)
Desde el inicio destaca el uso del lenguaje popular que hace Élmer Mendoza. Esto le imprime rapidez y agilidad a la narración y nos enfrenta, sin mayores explicaciones, al habla popular de Culiacán o “culichi”.[9] En este sentido, la obra es, como afirma Corona, una travesía lingüística por los estratos dialectales de este tipo de jerga que intenta recrear una experiencia de clase y sugiere el nexo entre el narrador y el narratario, quienes parecen entenderse perfectamente bien a través de este nivel de lengua tan local. El lenguaje utilizado es así un verdadero tour de force que hace del narrador el guía ideal para introducir al lector en el mundo sórdido y violento de los bajos fondos de la política mexicana.
Para Mendoza es muy importante la palabra escrita pero también la que se escucha, incluso afirma que cuando estaba escribiendo la novela intentaba crear “un discurso que sonara” (Cabañas) porque eso le permitía jugar con el dinamismo interno del relato, hacerlo más rápido o más lento, lo cual se percibe de manera muy clara en Un asesino solitario.
Macías confiesa que fue contratado por un personaje apodado “el Veintiuno” para matar a un candidato a la presidencia a cambio de la nada despreciable cantidad de quinientos mil dólares. Los lectores sólo conocemos el plan del crimen por esta única voz, no hay más información, sólo la que el narrador ofrece: “¿Te acuerdas de Barrientos? ¿Aquel candidato chilo a la presidencia, el del bigote poblado y la sonrisa simpática? Ah, pues me contrataron para bajarlo” (Mendoza 11-12).
“El Veintiuno” le ofrece dinero por quitar del camino a Barrientos el 22 de marzo en Culiacán porque el candidato representaba un obstáculo para la maquinaria política, aunque en la novela nunca conocemos cuál es la razón concreta puesto que no hay una explicación para Macías, quien tampoco la pide y no cuestiona a su patrón. Como profesional simplemente acepta hacer el trabajo de manera cuidadosa y puntual. Para el asesino a sueldo los motivos salen sobrando, sólo tiene la certeza de que Barrientos era una pieza fundamental en el engranaje político y había que eliminarlo, pero a él sólo le importa cumplir con el encargo de la mejor manera y recibir el pago correspondiente, que es lo que más le ilusiona:
La noche que me reuní con el Veintiuno llegué a mi casa pensando en los quinientos, en los puros quinientos, hice mis cuentas y todo, no quería pensar en otra cosa porque primero deseaba disfrutar machín lo que me iba a embuchacar, casi ni le iba a ir bien al bato [...] Me veía rolándola machín con viejas, en buenos restoranes, en playas famosas. (Mendoza 29, 65)
Sin embargo, la alegría de soñar con todo ese dinero no le impide olvidar que lo que se le encargó es algo muy delicado y riesgoso. El Yorch confiaba en que iba a poder matar a Barrientos —era famoso por su sangre fría y buena puntería—; el problema era escapar en medio de tantos guardias y seguridad: “Ya sabes tú como andan estos batos, traen una mancha de agentes encubiertos [...] y todo mundo armado hasta los dientes, dispuesto a partirle la madre al que se atraviese [...] El jale estaba dentro de mis posibilidades, la bronca era cómo salir vivo del mierdero que se iba a generar.” (Mendoza 29, 39)
Con habilidad, Mendoza mantiene a lo largo de la novela la tensión narrativa a partir de los preparativos del crimen y de la espera de lo que va a suceder con el asesinato como situación límite.
Paralelamente al plan del homicidio, Yorch cuenta su historia personal y las razones por las que se convirtió en un asesino, lo que nos permite conocer cómo funcionan los aparatos estatales de seguridad. Recién llegado de Culiacán a la Ciudad de México, ingresa a un grupo especial de la policía y luego entra directamente a presidencia, con el jefe H, en donde explica que era feliz en su trabajo, el cual, a pesar de no ser bien remunerado, le daba algo que ningún otro trabajo le daría: “te pagaban una bicoca pero tenías poder, podrías madrear, embotellar, torturar y ni quien te dijera nada, nadie se metía con tus huesos; eras una mierda si tu querías, pero se te respetaba” (Mendoza 34).
A través del personaje de Macías vemos la importancia que se le concede al poder, él cede por completo a su fascinación. Sumergido en él forja su carácter y su forma de trabajar, se pone reglas[10] y se fija límites: no trabajaría con narcos, mujeres o curas y tampoco con socios. Además en estos primeros años en la ciudad es donde descubre que puede dedicarse a esto para toda la vida porque es un buen negocio:
Yo no sé qué le pasa a la gente, siempre está queriendo quitar a alguien de enfrente, alguien que les estorba, y ahí es donde nosotros nos vamos grande; por eso te digo, nunca me faltó chamba sin necesidad de meterme con narcos o con mujeres ni con curas. Con los políticos es otro rollo, ahí se descabechan a uno y los otros negocian, casi siempre saben de dónde les llegó el chingazo y con quién hay que ponerse de acuerdo. (Mendoza 112)
Así, junto con su amigo el Willy, que era policía, pasa estos primeros años en el Distrito Federal en donde: “madréabamos estudiantes, obreros en huelga o campesinos alegando pendejadas. A nosotros nos tocó hacer el numerito del 10 de junio[11] […] los agarramos [a los estudiantes] a garrotazos hasta no dejar cabrón sano. Muchos allí quedaron, con las cabezas reventadas” (Mendoza 88, 91).
Con estos antecedentes, Macías organiza y se prepara para matar al candidato en Sinaloa y, como todo sicario, justifica que la culpa del crimen será de quien lo contrató, no de él que sólo cumple con su trabajo: “me acordé del candidato, realmente era un bato acá, simpático, buena onda, y si me lo iba a bajar no había nada personal, simón que no, porque lo que soy yo ni enemigos tengo y nunca le di cran a nadie porque me cayera gordo, nel, siempre trabajé para otros” (Mendoza, 137).
Lamentablemente para el protagonista sus planes comienzan a enredarse por la intervención de otros actores. El altercado en un retén le ocasiona muchos problemas con un personaje siniestro, el Vikingo, comandante de la policía de Culiacán que, además de vengativo, era el consentido de los narcos. Macías se mete con él sin saber a quién estaba enfrentando y lo mucho que iba a complicarle el trabajo, pues aparte de planear el asesinato debe cuidarse de él, que lo persigue por todo Culiacán.
La situación se vuelve crítica para Yorch, quien en algún punto descubre que fue traicionado por sus contratantes y hasta por su amigo Willy:
Me di cuenta que mi cerebro se friqueaba bien gacho con las ondas que no terminaba de entender, pero la verdad era muy sencilla, cuando yo le diera piso al candidato con el mierdero que cincho se iba a formar ellos me lo darían a mí, así de fácil, y el Veintiuno estaba detrás de todo, chale, no me la andaba acabando, pero les falló carnal, ya vez lo que te he dicho: Dios carnal, no estuvo de su parte, simón estuvo de la mía, y te lo repito, si en esta profesión Dios no está de tu lado ni te metas, porque vas a valer madre, así de sencillo, y acuérdate que aquí solamente se vale madre una vez, pues si ni modo que que. (Mendoza 208)
El protagonista es un personaje complejo que, a pesar de estar en la parte más baja de la jerarquía estatal, no ve o no quiere ver que no es más que una herramienta desechable para la clase gobernante, por eso inexplicablemente mantiene su lealtad al régimen de su “presi” aún después de descubrir la traición de la que fue objeto.
Yorch logra salir airoso cuando no era nada fácil escaparse de un peligro de tal magnitud, donde había tantos intereses y tantos personajes involucrados. Sin embargo, sobrevive; con gran destreza consigue superar esta maraña de trampas que lo persiguen. Notamos que es un hombre listo e intuitivo, que se sabe cuidar y que conoce bien cómo son las personas que se mueven en ese entorno, corre con suerte y parece adivinarles el pensamiento, por eso va un paso adelante.
Pero, cabe señalar que el destino también jugó a su favor, él mismo lo acepta: “Ya viste lo que pasó ese mismo día en Tijuana, la pura pinche locura carnal, por eso se olvidaron de mí” (Mendoza 228).
En otro momento de la historia, también puede percibirse la descomposición del aparato estatal. El antiguo jefe de Macías, el “jefe H”, lo busca para proponerle una misión: debe ir a Chiapas a asesinar a tres dirigentes zapatistas. El sicario acepta el trabajo y, como ya se mencionó, deja claro su apego a este sistema y su lealtad al presidente, porque él concibe que el levantamiento zapatista fue un:
golpe […] muy bien planeado y lo hicieron para dañar la figura de mi presi, para echarle a perder el trabajo de cinco años y no me digas que no, se notaba machín que atrás había gente gruesa, mal intencionada, expertos en maniobras militares con preparación especial, a poco no, puros batos felones, ¿tú crees que iban a hacer tanto desmadre nomás porque sí? […] a leguas se veía que traían una onda pesada: echarle bronca a mi presi para que no le dieran quién sabe qué premio internacional, chale. (Mendoza 45)
Asimismo, este episodio da pie para conocer otro lado de Macías, su desprecio y extremo racismo hacia los sectores más marginados de la sociedad, pues se expresa despectivamente sobre los indígenas, lo cual pone en evidencia la forma en la que el poder lo ha trastocado hasta hacerle perder por completo el valor de la solidaridad, pues él también es un ser marginado. Parece olvidarse de su propia condición y es capaz de expresarse de la siguiente manera: “pinches indios, la neta casi ni cuentan. Que se estaban muriendo de hambre o de lombrices, ni pedo carnal, ya les tocaba, que Dios los bendiga; que no tenían escuelas y se los chingaban gacho los finqueros, ni modo, era su destino; que les quitaron sus tierras, pues qué pendejos [...] A mí todo ese rollo de los indios me valía madre” (Mendoza 46).
Estos comentarios son una señal de inseguridad y resentimiento porque más adelante explica que él mismo tiene fenotipo indígena: “la gente es muy cabrona con los indios. No quiere a los prietos menos a los indios. A mí por culpa de mi facha me han tratado muchas veces como perro, yo creo que por eso no quiero a los indios” (Mendoza 108).
Un asesino solitario nos muestra cómo funcionan los tejemanejes del poder desde la mirada de un marginal, alguien que está, literalmente, en el drenaje profundo. Como Macías es un trabajador al servicio de la cúspide del gobierno permite ver cómo actúan las mafias en su interior a través de sus vínculos con los miembros del Estado que lo manipulan y lo emplean como asesino, comprobando la facilidad con la que las élites dominantes recurren al uso de la violencia cuando necesitan quitar a alguien del camino, aunque para conseguir el objetivo deban morir inocentes o todos los involucrados, como en este caso, en el que mueren Charis, Willy, Jiménez, el Vikingo, Kalimán, Harry el sucio, el Veintiuno y el jefe H.
Yorch evidencia la degradación y criminalización en la que ha caído el país, es el encargado de ejecutar la violencia política originada desde el centro del poder; es, paradójicamente, un infractor de la ley contratado por los representantes de ésta para que lleve a cabo un crimen de naturaleza estatal: “así se muestra la falta de interés en resolver el misterio tras el crimen, la ausencia de justicia y la impunidad. El acto criminal es orquestado desde el centro y llevado a cabo, cómplicemente, por los márgenes” (El-Kadi 11).
Al participar en la lógica que le impone el gobierno, el protagonista ayuda a mantener el status quo y la condición del pueblo como instrumento y objeto del Estado. De esta forma, la novela presenta a Macías y a sus colegas no como víctimas del sistema sino como cómplices y participantes en la conservación de la podredumbre estatal.
Es evidente que la propuesta de la obra no es aclarar ningún enigma desde la ficción, sino mantener en la esfera pública lo que se ha ocultado y subrayar que desde la literatura podemos reflexionar sobre los problemas nacionales, como la naturaleza de la violencia institucional en México, en donde el Estado es uno de los principales incitadores y ejecutores, y personajes como Yorch son los instrumentos que liquidan, reprimen y aterrorizan.
Pareciera como si el tiempo no hubiera pasado, como si la política mexicana se dirimiera a tiros desde siempre y nunca se encontraran los culpables o simplemente se borraran del mapa.
De manera caótica y fragmentaria, Macías es el encargado de revisar la historia reciente de México y, sin intención y como sugiere Piglia, desenmascara las mentiras de la élite política. Sin proponérselo, es por medio de su narración que se revelan las ‘intrahistorias’ y las negaciones llevadas a cabo por quienes componen la élite en el poder.
En este sentido, el estilo del escritor sinaloense podría definirse como lo hace Diana Palaversich, quien sostiene que cultiva un estilo neocostumbrista, una modalidad literaria cuyas fronteras con el posmodernismo son bastante tenues:
Mendoza deconstruye el viejo costumbrismo rural mexicano, y lo sustituye por un nuevo costumbrismo urbano y (post) moderno —actualizado con los temas de urgencia: la violencia, los narcos, los judiciales, la corrupción— […] Mendoza reemplaza la narración lineal y el tono grave de la narrativa costumbrista con toda una serie de técnicas narrativas y estilos asociados comúnmente con el postmodernismo: humor e ironía, subversión de los discursos oficiales, relación intertextual con la cultura popular y la cultura alta, lenguaje literario como pastiche de los dialectos regionales, jergas callejeras, dichos populares y letras de la música rock y norteña. (Palaversich 23)
Élmer Mendoza entonces, además de crear una obra estilísticamente sugestiva al utilizar el recurso del registro oral norteño, es temáticamente original al abordar una época inestable y una mentalidad criminal de manera sagaz y, como afirma Federico Campbell, electrizante.
Para concluir me parece, junto a Ignacio Corona, que las obras de ficción: “también pueden ser una forma de canalización emocional, viabilizadas por la necesidad colectiva de confrontar situaciones inéditas o que provocan una profunda ansiedad social” (Corona 193).
Élmer Mendoza podría considerarse uno de los escritores que describía Karl Kohut, es decir, un escritor que, estando inserto en un contexto en donde el abuso del poder por las diferentes esferas estatales es tan evidente, no ha podido permanecer al margen, así que esta obra es un intento por comprender uno de los crímenes que nunca fueron esclarecidos por la autoridad competente y que cobra vida a través de la ficción.[12]
Un asesino solitario, como una obra de ficción traslúcida, en palabras de Cândido, puede ser una forma válida de explorar el mundo y una manera distinta de adquirir conocimiento ya que ayuda a reflexionar sobre el conflicto desde otros puntos de vista, pues aporta la mirada plural y comprensiva de la literatura.
Fuentes citadas
El-Kadi, Aileen. “Un asesino solitario, la autoría de un crimen compartido: del centro a los márgenes y el espectáculo de la violencia política en el México de los 90”, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, n. 44, año 16, University of Texas at El Paso, 2010, pp. 1-12. Impreso
Cabañas, Miguel Ángel. “Un discurso que suena: Élmer Mendoza y la literatura mexicana norteña”, Espéculo, n. 31, noviembre 2005, consultado en línea, disponible en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero31/emendoza.html. Recurso electrónico
Campbell, Federico. “La novela de la conspiración”, Letras Libres, marzo 1999, pp. 84-85. Impreso
Cândido, Antonio. Literatura y sociedad. Estudios de teoría e historia literaria. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 2007. Impreso
Corona, Ignacio. “Violencia, subjetividad y mediación cultural: un abordaje al neopoliciaco a través de la narrativa de Elmer Mendoza”, Juan Carlos Ramírez-Pimienta (ed.), El Norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana. México: Plaza y Valdés, 2005. Impreso
Kohut, Karl. “El poder político como tema literario”, en Cristian de Paepe, Nadie Lie, Luz Rodríguez-Carranza y Rosa Sanz Hermida (eds.), Literatura y poder. Leuven, Bélgica: Leuven University Press, 1995, pp. 59-92. Impreso
—.“Política, violencia y literatura”, Anuario de Estudios Latinoamericanos. México, v. 59, n. 1, enero-junio, 2002, pp. 193-222. Impreso
Mendoza, Élmer. Un asesino solitario. México: Tusquets, 1999 (1ª reimpresión colección Fábula 2004). Impreso
Naranjo Merino, Andrea. “La tradición de la novela histórica y la novela política mexicana. Un asesino solitario de Élmer Mendoza y La paz de los sepulcros de Jorge Volpi”. Letralia, año XIV, n. 215, 3 de agosto de 2009. Impreso
Palaversich, Diana. “La nueva narrativa del norte: moviendo fronteras de la literatura mexicana”. Symposium: A Quarterly Journal in Modern Literatures, v. 61, n. 1, 2007, pp. 9-26. Impreso
Pául Arranz, María del Mar. “Formas literarias del compromiso en la narrativa mexicana del fin del milenio”. Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, n. 23, 2003, consultado en línea, disponible en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero23/mexicana.html. Recurso electrónico
Piglia, Ricardo. Tres propuestas para el próximo milenio y cinco dificultades. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001. Impreso
Pimentel, Luz Aurora. El relato en perspectiva. México: Siglo XXI Editores-Universidad Nacional Autónoma de México, 1998. Impreso
Volpi, Jorge. La paz de los sepulcros. México: Editorial Aldus, 1995. Impreso
—. ”La segunda conspiración”, Letras Libres, n. 3, marzo 2009, pp. 44-51. Impreso
[1] José Francisco Ruiz Massieu fue asesinado el 28 de septiembre de 1994 en la ciudad de México. Al momento de su muerte era el Secretario General del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y diputado federal. Su asesinato fue uno de los escándalos más grandes en la historia política mexicana porque era ex cuñado del entonces presidente de la República, a quien se señaló, junto con su hermano Raúl Salinas, como posible autor intelectual. Su caso nunca fue aclarado.
[2] Había muchas sospechas en torno a que el Mario Aburto capturado en Lomas Taurinas fuera el mismo que presentaron ante los medios al día siguiente. Muchos aseguraron que el asesino original fue sustituido por otra persona; las diferencias eran varias: la estatura (uno medía 1.64 cm y el otro 1.70), la nariz y la forma del cráneo no concuerdan con las primeras fotografías del asesino, la tez más era clara y no presentaba ningún hematoma. La confusión se agravó cuando se descubrieron 2 hombres muertos muy similares a Aburto la noche del asesinato, muchos sostienen la teoría de que fue intercambiado. Actualmente se encuentra preso en el penal de máxima seguridad en Almoloya de Juárez, cumpliendo una sentencia de cincuenta años.
[3] Karl Kohut afirma que, en general, predomina una visión negativa del poder en los escritores latinoamericanos debido a la realidad histórica de la región, plagada por dictaduras civiles y militares y también porque existe una concepción del intelectual como crítico del poder (Kohut 60).
[4] Colosio: el asesinato (2012), dirigida por Carlos Bolado; Magnicidio: complot en Lomas Taurinas (2002), dirigida por Miguel Marte, y Caso Colosio (2009), dirigido por Alan Tomlinson.
[5] Otras obras que abordan este tema son La paz de los sepulcros, de Jorge Volpi, La tragedia de Colosio, de Héctor Aguilar Camín, y A.B.U.R.T.O., de Heriberto Yépez.
[6] Élmer Mendoza (Culiacán, Sinaloa, 1949) ha escrito cuentos y obras de teatro, aunque ha destacado más con sus novelas: Un asesino solitario (1999), El amante de Janis Joplin (2001, XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares), Efecto Tequila (2004, finalista del Premio Dashiell Hamment en 2005), Cóbraselo Caro (2006) y Balas de Plata, con la que ganó el Premio Tusquets de novela en 2007. Es catedrático en la Universidad Autónoma de Sinaloa y dirige talleres de narrativa para impulsar a jóvenes escritores.
[7] Algunos ejemplos son: Jacobo Zabludovsky, el conductor del noticiero más famoso del país, aparece en la novela como Abrahan Malinovski; el Subcomandante Marcos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional es el Subcomandante Lucas; Manuel Camacho Solís (Comisionado por la Paz en Chiapas) puede ser identificado claramente como Samuel Machado; Cuauhtémoc Cárdenas (candidato presidencial del Partido de la Revolución Democrática) es Cardona; Diego Fernández de Ceballos (candidato del Partido Acción Nacional) aparece como Max y Luis Donaldo Colosio Murrieta es Luis Eduardo Barrientos Ureta.
[8] Todas las citas extraídas de Un asesino solitario serán de la edición de Tusquets, colección Fábula, del año 2004.
[9] Élmer Mendoza ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua el 26 de abril de 2012. Uno de los méritos que tomó en cuenta el jurado fue la inclusión del lenguaje popular de su región y la exploración lingüística que hay en su obra.
[10] En este sentido el propio autor afirma: “creo que subyace en el perfil de Jorge Macías algunos elementos que tienen que ver con la manera de ser de la gente de donde yo vivo, de donde crecí. Sobre todo en relación en cómo ver la vida, cómo enfrentar los eventos importantes de tu vida. O sea, puedo ser un sicario, pero bueno, es mi trabajo y voy a intentar hacerlo bien. Es un trabajo que puede ser criticado que puede ser un inconveniente, del que no puedo presumir… pero es mi trabajo y yo lo voy a hacer bien [...] es un sicario que no mata por matar, un sicario que tiene sus códigos, que no mata a mujeres, que no mata a curas, tiene sus códigos de honor, sus reglas” (Cabañas).
[11] Clara referencia a la matanza conocida como “Jueves de Corpus”, en la que un grupo paramilitar, los Halcones, reprimieron violentamente una manifestación estudiantil en 1971. El saldo fue de 120 estudiantes muertos.
[12] Mendoza lo explica de la siguiente manera: “es un asunto de contexto. Yo vivo aquí en Culiacán, Sinaloa [...] el tema me busca. Yo no siento que a mí me interese el tema así como tal, pues que sea parte de mis preocupaciones o que me exija una preparación, no. Estoy ahí y él está conmigo y entonces sale natural. Creo que es un asunto de contexto o de destino. Vivir ahí y estar ahí y querer expresar cosas sobre mi realidad” (Cabañas).
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