Lepidópteros

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Poemas inéditos

 

Iliana Rodríguez

Universidad Autónoma de la Ciudad de México

iliana.rodriguez@uacm.edu.mx

 

 

Chai

 

A la derecha: maquillaje

minimalista, pelo

planchado, tableta, chai.

 

Sin señas particulares.

 

Sin más señas

particulares que ser ella misma

en este café estilo lounge.

 

Nadie sabe dónde se le vio la última vez.

Se extravió en este sitio

tomando un chai.

(Los sitios son virtuales.)

 

O nadie la mira y ella

tampoco mira.

 

Navega sin llegar a buen puerto.

Aquí no hay puertos.

Si acaso,

 

alguna puerta vigilada.

 

***

 

Un valle

 

Indicios de un valle

en la ciudad.

 

Desde la presencia de estos grises:

 

los hipotéticos huizaches,

los plausibles ahuehuetes.

 

Laguna —como su epíteto—

y, desde luego, los volcanes

—como en una crónica.

 

Esta conjetura de paisaje,

sin duda,

se quebranta:

 

en la destemplanza de cristales,

en el concreto desarmado.

 

Estos grises,

donde una vez,

en otro tiempo,

 

un valle.

 

***

 

Rompecabezas

 

Piezas ceñidas en un rompecabezas:

en un cruce.

No los rostros: las intenciones

de siluetas.

Las hormigas.

 

Ellos —¿quiénes?—

me invaden espacios,

intersticios.

 

Bocacalle en mis entrañas.

 

***

 

Ojos de perro

 

Sus ojos se abren hiperbólicos.

Sus ojos: carne lustrosa en blanco y negro.

Acaso en lágrimas,

lágrimas solo para humectar

ojos de perro

en la mitad de una avenida.

 

En tropel.

Los proyectiles.

Los ojos del perro.

De manera inverosímil.

 

Cruza.

 

Ojos de perro

vivo.

Observan a mansalva.

 

***

 

Charco

 

En una calle miro un charco.

En el charco miro un cielo,

sus claras nubes, un árbol noble.

El pájaro de sombra

surca las profundidades.

Observo el charco.

Espero, espero. Y no entiendo:

este espejo no quiere abrirse.

Aunque más allá de sus umbrales

atisbo un país de maravillas,

aún sigo aquí:

en esta calle polvorienta,

llena de cascajo

y polvo.

 

***

 

Árboles en esta calle

 

Rumoran sus palabras minerales

en el blanco camino de los cielos.

 

Perfumados consejos se susurran.

Efímeros sus dichos, como flores.

 

¿Lanzarán sus preguntas con sus hojas?

¿Leerán en la bóveda el destino?

 

¿Moverán en las frondas venturosas

los astros como frutos en sus ramas?

 

(¿Les dolerán los pies en el asfalto?)

(¿Los turbará el barullo de su calle?)

 

***

 

La calle, el polvo y las flores

 

Se despojan las flores de su aroma,

los muros rememoran desde grises:

es la hora más oscura del silencio.

(En esta calle inmóvil,

estatua me volví de polvo.)

 

Regálame una vez

los húmedos conjuros.

 

Obséquiame un perfume

que florezca desde el fondo de la noche.

 

(¿En esta sorda calle

se escucharán las voces de las flores?)

 

***

 

Todo brilla

 

En el cielo oscuro todo brilla.

No hay calma en esta inmensidad.

Se abren las grandes aguas,

los torrentes estelares fluyen.

Y el silencio

roto

se cierne sobre mí.

 

Las sombras se colman

de suntuosa luz.

 

***

 

El alambre

 

Pájaros en la cornisa. El eucalipto rumoreaba.

Temprano, tras los cristales.

 

Un pájaro se enredó.

Parecía un petirrojo

en el alambre.

Luchó. La mujer trató de liberarlo.

 

Habitante de un tercer piso,

ella luchó por el pájaro la mañana entera.

Luchó la tarde entera.

A la caída del sol, olió las sombras.

Los estertores.

 

Lloró la noche entera.

La vida entera

oyendo los pájaros en la cornisa.

Ahora el martirio

de un ave

preciosa, como llamas.

 

 

***

 

Beber la sangre

 

Limpié tu sangre del suelo,

la del charco que quedó cuando caíste.

¿O me bebí tu sangre, como un vampiro?

Me vestí de sombras

con tu sombra.

Una capa

para esconderme en las tinieblas.

Sobre mi rostro

puse 

tu cerrado rostro:

máscara mortuoria

para mirarme en los espejos.

 

Quise ser como tú o ser tú.

Y no fui más que yo:

yo sin ti,

sin tu sangre, sin tu sombra, sin un rostro.

Yo sin ti:

el vacío

en medio de la nada.

 

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