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El Andador |
Revista electrónica 01 de Octubre del 2013 Vol. 1 |
José María Nava |
“…La noche cede ante la inevitable rotación que marca las pautas del tiempo. En su lucha por prevalecer al menos en el recuerdo, arrebata con un último esfuerzo trémulo, el escalofrío preciso que condensa la humedad del bosque en pequeñas gotas de agua purísima. Éstas, aferradas a las hojas de los árboles, arbustos y grama local, saludarán al día como rocío… aquí, en la alta montaña, eso significa frío. Insectos, aves y otras alimañas diminutas, saborearán con frenesí del vital líquido justo antes de que el sol, reclamando su momento, devuelva a la atmósfera el resultado de su excentricidad egótica. La evaporación sin embargo será capturada en parte por los árboles, dioses protectores del bosque, para mantener el equilibrio constante que hace de esta región, un micro universo perfecto para la producción de agua. Cercanos a los 2,800 m. sobre el nivel del mar, la montaña ondula en aquellos puntos donde el agua encuentra menos resistencia del subsuelo para poder esculpir su propio trayecto, por encima de los 3,000 m. los cerros se convierten en una trampa para las nubes, que empujadas por los vientos quedan aprisionadas y comprimidas hasta que no les queda otro remedio que desahogar su tormento en lágrimas de lluvia. El agua entonces se precipita, montaña abajo, sumando humedades convertidas en caudal de pequeños arroyos donde sacian su sed los animales de mayor tamaño. “Ojos de agua” o manantiales brotan sorpresivamente en puntos específicos, por donde el líquido cristalino encontró salida tras filtrarse en algún momento, entre capas de arcillas y arenas y rocas, a las entrañas de la tierra… y se suman también a la corriente que busca frenética la pendiente que le permita escapar de las altas cumbres para alcanzar otros territorios. Sumados, los arroyos conforman la barranca, por la que, entre salto y salto, el agua se oxigena y se limpia, adquiere volumen y canta plácidamente en días soleados, o ruge estrepitosamente cuando la tormenta así lo decide. Allá abajo, la barranca se encuentra con sus hermanas, en la superficie de un gran altiplano. A unos 2,200 m. sobre el nivel del mar, éste no les ofrece escapatoria alguna. Impedidas para encontrarse con los interminables océanos, las aguas se quedan para nutrir a un sistema de espejos, a los que llamamos lagunas…” Así podríamos describir, bucólicamente, a la región que encontrara Vasco de Quiroga hace más de 450 años y en donde decidió ubicar por primera vez, su modesto concepto de “hospital-puebo”, entendido no como un centro de asistencia médica, de acuerdo a la acepción que damos hoy día a la palabra, y sí como una estructura social, para generar una comunidad autosuficiente focalizando las actividades de aprendizaje y enseñanza en un espacio específico, fuertemente influenciado por la visión de la Utopía de Tomás Moro. Él decidió llamarlo Santa Fe. |
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