Las Reformas del Papa jesuita • examen

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El Papa Francisco ante los pobres y los movimientos populares

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Patxi ÁlvarEz dE los Mozos, s. J.

Francisco Javier (Patxi) Álvarez de los Mozos S. J. (Bilbao, 1967), trabajó durante diez años en Alboan (la ONG jesuita del país Vasco y Navarra) y colaboró en la formación de laicos sobre identidad y misión jesuita. También fue coordinador de la planificación apostólica de su Provincia (Loyola). Desde hace año y medio es el secretario para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús. Aunque reside en Roma, viaja por muchos países donde los jesuitas desarrollan su labor social.

 

  El tiempo ha mostrado que este es un profundo deseo suyo y no una mera expresión ocasional. Así, en su primera Semana Santa en Roma celebró la misa del Jueves Santo en una correccional de menores, lavando y besando los pies de varios jóvenes, ellos y ellas, con independencia de su credo.

   Eligió Lampedusa como primer destino fuera de Roma, para poder encontrarse con los inmigrantes llegados desde las costas africanas y rezar por los fallecidos. Se acercó a Calabria para acompañar a las víctimas de la mafia. Se dirigió a la Cerdeña para escuchar atentamente los problemas de los obreros, parados y campesinos. Todo esto sólo en los primeros meses de su pontificado. Posteriormente, en cada viaje ha tenido un gesto de acogida a personas en necesidad. En su persona ha querido llevar a cada una de ellas un mensaje de misericordia y de esperanza.

  El Papa Francisco tiene su mirada puesta en los pobres. Muestra por ellos una preocupación e interés particulares. Le atraen, se siente bien junto a ellos, desea que en la cercanía y calor que les ofrece

 

reciban la acogida del Padre y de la Iglesia. No los considera meros objetos de caridad, sino sujetos creativos. Cree que tenemos mucho que aprender de sus personas. Los pobres poseen una “misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Evangelii Gaudium, 198). Estamos invitados a ser sus amigos, a escucharlos e interpretarlos, a conmovernos al sentir su sufrimiento.

   A su modo de ver, el Espíritu induce un genuino aprecio por quien sufre: “El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello... El pobre, cuando es amado, es estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología” (EG, 199). Asimismo en la creación aprecia una realidad amada y amenazada: “Nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (Laudato si’, 1). La creación no es un problema a resolver, sino un misterio gozoso (LS, 12).

 
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