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IBERO - Las reformas del Papa jesuita |
Revista electrónica 01 de Febrero del 2016 Vol. 42 |
Patxi ÁlvarEz dE los Mozos, s. J. Francisco Javier (Patxi) Álvarez de los Mozos S. J. (Bilbao, 1967), trabajó durante diez años en Alboan (la ONG jesuita del país Vasco y Navarra) y colaboró en la formación de laicos sobre identidad y misión jesuita. También fue coordinador de la planificación apostólica de su Provincia (Loyola). Desde hace año y medio es el secretario para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús. Aunque reside en Roma, viaja por muchos países donde los jesuitas desarrollan su labor social.
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El tiempo ha mostrado que este es un profundo deseo suyo y no una mera expresión ocasional. Así, en su primera Semana Santa en Roma celebró la misa del Jueves Santo en una correccional de menores, lavando y besando los pies de varios jóvenes, ellos y ellas, con independencia de su credo. Eligió Lampedusa como primer destino fuera de Roma, para poder encontrarse con los inmigrantes llegados desde las costas africanas y rezar por los fallecidos. Se acercó a Calabria para acompañar a las víctimas de la mafia. Se dirigió a la Cerdeña para escuchar atentamente los problemas de los obreros, parados y campesinos. Todo esto sólo en los primeros meses de su pontificado. Posteriormente, en cada viaje ha tenido un gesto de acogida a personas en necesidad. En su persona ha querido llevar a cada una de ellas un mensaje de misericordia y de esperanza. El Papa Francisco tiene su mirada puesta en los pobres. Muestra por ellos una preocupación e interés particulares. Le atraen, se siente bien junto a ellos, desea que en la cercanía y calor que les ofrece |
reciban la acogida del Padre y de la Iglesia. No los considera meros objetos de caridad, sino sujetos creativos. Cree que tenemos mucho que aprender de sus personas. Los pobres poseen una “misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Evangelii Gaudium, 198). Estamos invitados a ser sus amigos, a escucharlos e interpretarlos, a conmovernos al sentir su sufrimiento. A su modo de ver, el Espíritu induce un genuino aprecio por quien sufre: “El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello... El pobre, cuando es amado, es estimado como de alto valor, y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología” (EG, 199). Asimismo en la creación aprecia una realidad amada y amenazada: “Nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (Laudato si’, 1). La creación no es un problema a resolver, sino un misterio gozoso (LS, 12). |
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