IBERO - LITERATURA MEXICANA y sociedad |
Revista electrónica 01 de Diciembre del 2018 Vol. 59 |
GUADALUPE ALEMÁN |
El título de este artículo es la pregunta que me hicieron todos mis conocidos hace treinta años, cuando anuncié que iba a estudiar Letras. (Bueno, ésa y: “¿no vas a morir de hambre?”). Confieso que sus inquietudes me tenían sin cuidado. Comprendí muy pronto que el estudiante de Letras posee la coartada perfecta para dedicarse casi exclusivamente a leer obras extraordinarias durante años: puede sumergirse entre las páginas de Moby Dick, dejarse deslumbrar por la lucidez de Kafka, descender hasta el noveno círculo del infierno guiado por Dante… y todo en nombre de sus obligaciones escolares. (Hasta hace relativamente poco, leer literatura era un placer culposo.) Ahí tienen mi primer “para qué”. Tal vez el más honesto. Pero como no basta; voy a aventurar uno más formal. El estudio de las letras exige, cuando menos, una exposición prolongada a la literatura. Y dicha exposición puede ayudar a formar personas críticas y sensibles que saben leer, escribir y pensar. No son capacidades despreciables –ni en la vida ni en el mercado laboral– y hoy se requieren con urgencia. Pero vamos poco a poco. |
Aprender a leer De acuerdo con el poeta Ezra Pound, “la gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”1. Esta afirmación tiene varias implicaciones. La primera: que el lenguaje literario dice más de lo que dice. Su operación básica no es la ornamentación, sino la condensación. Tomemos, por ejemplo, estos versos de Giuseppe Ungaretti: “Eres la mujer que pasa/ como una hoja/ y dejas en los árboles un fuego de otoño”. La dimensión lógica-gramatical de los signos está rebasada, incluso puesta en crisis, por la multiplicidad de sentidos y niveles que se tejen en la dimensión retórica-poética. ¿Y eso qué? preguntarán algunos. Eso, respondo en corto –enfrentarnos a eso durante los estudios literarios— nos enseña a leer. Nos |
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